Wicked | Crítica: un cautivante musical que abraza su origen
Ya vimos Wicked, la esperada adaptación cinematográfica de la exitosa obra musical de Broadway. En nuestra crítica te contamos todos los detalles.
Dirigido por Delphine Deloget, Nada que perder es un drama familiar sobre Sylvie y sus hijos, donde el menor es puesto bajo el cuidado del estado.
Cine15 de agosto de 2024Celinda TapiaSeleccionada en el Festival de Cannes 2023 dentro de la sección Una Cierta Mirada, Nada que perder (Rien à perdre) es una película francesa potente que sigue la historia de Sylvie (Virginie Efira), una madre soltera que debe lidiar con un sistema burocrático indiferente cuando su hijo menor es puesto bajo el cuidado del estado.
Nada que perder muestra la desesperación de la madre ante la pérdida de uno de sus hijos. El estado se lo quita y el espectador es testigo de cómo Sylvie comienza a sumergirse en una depresión que más que acercarla a la tuición de su hijo, la aleja. En palabras de la directora —Delphine Deloget—: “cuanto más obedece lo que se le pide, más profundo es el agujero que cava. Es una situación desesperada: acorralada, no sabe contra quién luchar: ¿contra ella misma o contra el sistema? La pregunta es: ¿en qué momento nuestra determinación, nuestra obsesión por arreglar las cosas (al menos según nuestros propios estándares) se convierte en pura locura?
La película procura ilustrar el punto de ruptura que tienen los padres en situaciones como estas y muestra, además, la perspectiva de los servicios sociales. Nada que perder lleva al espectador a los márgenes equívocos de la sociedad, donde muchas veces, es mejor prevenir que lamentar. ¿Realmente Sylvie no tenía la capacidad de cuidar de sus hijos?
La película arranca con una Sylvie preocupada, atenta al bienestar de sus hijos. Cuando la policía irrumpe en su lugar de trabajo su vida poco a poco se comienza desmoronar, uno de sus hijos, el más pequeño se quemó intentando freír papas en la cocina y su hermano lo lleva —en un carro de supermercado— al hospital. Los médicos intentan contactar a Sylvie, pero no responde. Primer desacierto, primer error en una serie de obstáculos que tendrá que pasar más adelante.
El valor de la película pareciera estar en esa involución que demuestra Sylvie. Cuando los servicios sociales se llevan a su hijo pierde el norte, está enfocada en recuperarlo, pero realmente no sabe cómo y cualquier intento hace que retroceda dentro del proceso: extendiendo la permanencia del niño bajo el cuidado del estado. Esta manera de actuar es producto del mismo shock de la situación, cuando Sylvie comienza a entender las razones de porqué le quitan a su hijo, va contra el mundo y también contra su familia, entendiendo que todos son medianamente culpables.
Nada que perder es en absoluto un drama, pero no olvida que la comedia le da cierto balance a una historia; a imagen y semejanza del mundo real. Los personajes son irónicos, se ríen de sí mismo y también de la situación que viven y eso hace que, frente a los ojos del espectador, todo encaje. En palabras de Deloget, por medio de la película, “Quería retratar a personas lidiando con la vida, pero también sus momentos despreocupados y sus peculiaridades mientras intentan encontrar el equilibrio entre la brutalidad del mundo real y la belleza de los encantos de la vida”.
Por eso mismo Sylvie no se expone como una madre perfecta, su impulso habla por ella y la necesidad de recuperar a su hijo nubla sus criterios más básicos. Nada que perder nos muestra las diferentes capas que concentra la sociedad y también de qué manera los individuos intentan encajar en las expectativas que esta predispone. No hay juicios de por medio ante la acción de encajar, los personajes no reflexionan sobre sus actitudes, porque fluyen a la par con el ritmo a intervalos que tiene la vida.
Nada que perder ya está disponible en cines nacionales.
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